El primer milenio de historia del cristianismo se caracterizó por la aplicación frecuente de la benignidad pastoral a las situaciones pecaminosas de los
cristianos (aborto, divorcio, anticoncepción). De esto existen testimonios abundantes en los escritos eclesiásticos. Luego, en el segundo mileno, por causa
de la organización e impulso dado al Derecho de la iglesia, cambió la perspectiva: la disciplina eclesial se volvió legalista, rigorista. Un ejemplo tí pico fue
la herejía del Jansenismo y de sus seguidores.
En 1980, el Papa Juan Pablo II dio el golpe de gracia al promulgar la encíclica ‘Dios rico en misericordia’ en la que plantea la necesidad de estructurar el
‘ethos evangélico’ de la misericordia (Cfr. n. 3). Han pasado ya más de 30 años desde entonces, y la reflexión teológica no ha reaccionado positivamente ante esta propuesta.
Ahora, con el pontificado del Papa Francisco, sus pronunciamientos y su testimonio están replanteando la urgencia de recuperar para la acción doctrinal y pastoral el gran principio evangélico de la misericordia. A este propósito, aparecen tres términos que conviene aclarar: condenar, tolerar, redimir.