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Agresividad, violencia y comunitariedad

Por: P. José Rafael Prada Ramírez, CSsR, Doctor en Psicología

En estas pasadas semanas hemos vivido una violencia en nuestra Colombia como, tal vez, nunca en otra época. Nos hemos polarizado a favor de opiniones de autoritarismo y de vandalismo. Y nos hemos olvidado de que somos seres humanos, maravilla de las manos de Dios, pero también debilidad y pecado por nuestras opciones equivocadas.

El Señor nos creó como su “obra maestra”: con una inteligencia y creatividad extraordinarias, con posibilidad de libre albedrío, aunque limitado muchas veces, ocupando en el cosmos un lugar más que privilegiado, pues siendo un planeta pequeñísimo sin embargo poseemos la “vida”, realidad que, hasta ahora, sólo se manifiesta en nuestra bellísima Tierra, y viviendo en Colombia, el primer país con “mayor biodiversidad” en proporción con la extensión de su territorio y, sobre todo, con la capacidad de amar y ser felices. ¡No podemos pedir más a nuestro Creador!

Pero, se nos ha olvidado que somos débiles y, muchas veces, pecadores. Eso nos viene de herencia de nuestras primeros padres que, en su soberbia, “quisieron ser como dioses” y al comer del árbol del bien y del mal, resultaron “débiles en su desnudez”. No hay “mito” de la creación más apropiado que éste para describir la magnificencia y, a la vez, la debilidad de los seres humanos.

Los estudiosos de la naturaleza humana afirman que la agresividad es innata en nosotros, pero la violencia, sobre todo manifestada en la guerra y destrucción, es aprendida. Una cosa es ser agresivo y defender mis derechos y otra muy distinta, organizarme para atacar y destruir a mis semejantes porque me creo con más derechos, inteligencia, preparación, poder o riqueza. El resultado de esta última es lo que hemos visto estos días pasados: muertes, heridos, incendios, odios, bloqueos, escasez de alimentos, precariedad en suministro de medicinas de primera necesidad, en una palabra desolación.

Inmediatamente todos hemos buscado quién tiene la culpa de este caos, y nos señalamos unos a otros, olvidándonos que todos tenemos responsabilidad porque todos nos hemos dejado llevar, en nuestra soberbia, del deseo de tener, acaparar, dominar, destruir.

De este viejo deseo nadie se escapa: el estado y sus gobernantes, las clases privilegiadas, los sindicatos y asociaciones, las religiones y sus ministros, las fuerzas del orden y su prepotencia, las familias disfuncionales, los individuos con sus problemas no resueltos…¡TODOS!

¿Cuál será entonces la solución? Es fácil en teoría, difícil en la práctica, pero no imposible. Tenemos que aprender a RECONCILIARNOS, a contrarrestar sin violencia nuestras diversas opiniones, a no querer dominar al otro, a compartir este mundo estupendo, a sentirnos profundamente humanos y hermanos (porque lo somos genéticamente) a buscar la voluntad de Dios que nos dio TODO PARA TODOS.

Sólo en el DIÁLOGO que significa en griego “palabra compartida”, encontraremos la reconciliación, y la voluntad de Dios que, en última meta, consiste en nuestra felicidad a partir de este mundo y llevada a su plenitud en el otro. Escuchémoslo a Él en el fondo de nuestro corazón y escuchemos al hermano.

Si seguimos con nuestros objetivos de hacer un mundo capitalista (capitalismo salvaje) o marxista-leninista (comunista totalitario) sólo obtendremos más enfrentamientos, más sangre, menos desarrollo, más dolor, más miseria y, en definitiva, la muerte.

Dios (o para los no creyentes, la naturaleza) nos hizo para vivir en comunidad, no solitarios ni enfrentados en la violencia. Por eso el sentido de COMUNIDAD HUMANA (manifestada luego en mi país, mi ciudad, mi familia, mi grupo de referencia…) tiene que ser buscado a todos los niveles de familia, educación, economía, leyes, participación política y social.

Bien lo ha dicho el Papa Francisco al insistir en un término muy querido por él, SINODALIDAD (en griego “sin” significa “con” y “odos” significa “camino”), es decir, “el que comparte conmigo el camino de la vida”. Tomémonos de las manos, como dice la canción, y ¡gocemos de esta hermosura de mundo y de país que Dios nos ha regalado para nuestra felicidad!