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La Fe

Por: Luis Hernando Sánchez M.

Hermosa palabra es la esperanza. Pero etérea y vaga es la esperanza, cuando no está avalada por una fe absoluta.

La fe es el motor que alimenta y hace real la obtención de lo esperado y el cumplimiento de lo que se anhela, para lo cual es requisito indispensable que la mente positiva canalice con vigor las fuerzas que harán de la esperanza una realidad.

La esperanza con fe es lo que nos impulsa a triunfar y ser grandes, pues la fe toca lo intangible, ve lo invisible y logra lo imposible. Quien espera con fe y una sonrisa, obtiene lo esperado, pues la angustia y falta de fe y esperanza conducen a tomar decisiones débiles y erróneas.

Todo lo anterior es el preámbulo para referirme a la fe en Jesucristo. Él jamás nos desampara.

Esta lección de fe en su protección permanente quedó patente y establecida cuando al cruzar un lago en compañía de algunos apóstoles, Jesús se quedó dormido y la barca en que navegaban estuvo a punto de zozobrar ante el embate de los elementos; por lo cual, los apóstoles llenos de pánico le despertaron diciéndole: “Señor, sálvanos, nos hundimos”.

Él despertó y con gran serenidad y una sonrisa les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? ¡Por qué sois tan cobardes? Yo nunca os abandonaré.

Y ordenó a las aguas y al viento que se calmaran.

Por tanto, tengamos fe absoluta en que cuando las tempestades nos azoten, siempre serán calmadas por este capitán de la barca de nuestra vida, con la fe en Él como apoyo, la esperanza como descanso y el convencimiento de continuar viviendo bien, tranquilos y sin pesares, y con la felicidad por meta, mientras nuestra fe en su permanente protección y amparo nunca decline.

Al demostrarle a Él nuestra confianza en su promesa, al visitarle en su casa para contarle nuestras cuitas, no esperando que al alejarnos sea Él quien nos busque, su misericordia divina que todo lo ve, conoce y tiene en cuenta, aliviara nuestra angustia y proveerá nuestra necesidad, lo que nos llevará a decir: “El Señor me hizo un milagro”.

En realidad lo que Él hizo fue premiar nuestra fe, y dar cumplimiento a su promesa de protegernos por siempre.

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