¿Quién fue el autor de esta imagen que hoy atrae multitudes? ¿En qué año se realizó esta obra? A estas preguntas no responde la historia, pero el pueblo que con sus tradiciones es historiador a su manera, sí narró en hermosa forma cómo se originó esta devoción.
Narremos este relato, mito o leyenda, que en lenguaje técnico no significa una mentira o puro cuento. Podrá oponerse a lo estrictamente histórico, pero no a lo real.
Leyenda o Mito es entonces la forma como el pueblo contó un hecho, algo sucedió y la tradición lo narró así:
Por allá por el año 1580, Buga era un pequeño caserío. El río Guadalajara de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Al fin logró reunir 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito.
Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a llevar su dinero al señor Cura párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos. La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada por un pensamiento caritativo, se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.
Días después, la indiecita continuaba con su labor diaria cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo, se dirigió a su choza e improvisó allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo guardándolo cuidadosamente en una cajita de madera.
Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde guardaba la imagen, y averiguando lo que pasaba, se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita había crecido notablemente. Pocos días después advirtió que la imagen tenía ya cerca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro les avisó al Sr. Cura Párroco y a los señores más importantes del pueblo, los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que además, no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente así que tenía que ser un milagro.
La noticia se regó por el caserío, haciendo que devotos visitaran el cristo milagroso, pero resultó que la sagrada imagen se fue deformando ya que le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia.